Cuando iniciamos una relación de amistad, dos perfectos extraños se muestran en un sin fin de compatibilidades, ideas, aficiones, gustos etc. Te das un voto de confianza y empiezas a caminar en la vida compartiendo etapas, sueños, alegrías o tristezas.
Lo mismo sucede cuando venimos a Cristo a través del reconocimiento de Su sacrificio en la Cruz y Su obra redentora. Iniciamos una relación con el Creador del Universo, aquel que nos conoce perfectamente y Él que desea que nuestra relación está basada en amor. Si podemos amarle, es porque Él nos amó primero.
Entre más tiempo dedicamos a conocer a Jesús, Sus principios, Su palabra, Su consejo y ese amor que no tiene fin, podremos llegar a desarrollar una verdadera relación que no está basada únicamente en adoptar Su nombre (cristiano), sino en un pleno conocimiento de quien es Cristo.
Pregúntate si realmente conoces a Jesús, si Él es lo primero y lo más importante de tu vida. Ora para que el Espíritu Santo, que mora en tí, hable a tu vida.
A la luz de la palabra podemos hablar de diferentes niveles de intimidad en nuestra relación con Dios:
1. Barro-Alfarero: Cuando venimos a Dios, generalmente traemos con nosotros diferentes patrones, pensamie
ntos y actitudes contrarias a la naturaleza santa de Dios. Él nos toma como barro y nos moldea.
2. Pastor-Oveja: Empezamos a caminar en nuestra vida con Jesús, comprendemos algunos aspectos de Su palabra, reconocemos Su voz, sus cuidados y Su amor.
3. Amo-Siervo: Conforme vamos conociendo a Dios, y comprendemos Su sacrificio en la Cruz, queremos corresponder y nos rendimos a Su servicio.
4. Amigo-Amigo: Conforme lo conozco puedo desarrollar una relación basada en la confianza mutua.
Él es inmutable, lo que nos lleva a entender que Él no cambia y es fiel a todo lo que dice.
5. Padre-Hijo: Más cercano que un amigo, es una relación sanguínea. Existe un vínculo que nace de la comprensión de la entrega que Dios hizo por amor y de la fe en Su obra. Nos da el derecho de ser llamados Sus hijos.
6. Esposo-Esposa: Se convierte en uno solo. Cuando lleguemos a amar a Dios con tal entrega y compromiso, podremos experimentar la plenitud en nuestra relación
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